10 de enero de 2010




Relaciones interpersonales
La mayor parte de las veces las personas no nos estamos relacionando con las otras, sino con las proyecciones que nosotros lanzamos sobre ellas. Es decir, no nos relacionamos con la entidad profunda de quien tenemos delante, sino con la idea que nos hemos forjado de tal persona, a través de nuestra subjetividad y nuestra propia animidad, que obviamente parte de sus propios condicionamientos personales, de nuestros gustos, simpatías y antipatías, de nuestros propios principios morales y éticos, en suma de la estructura de nuestra personalidad y nuestros cuerpos inferiores. Si profundizamos y examinamos la relación mantenida con otra persona, a veces durante años, podemos reconocer que apenas sabemos nada de ese ser, porque la mayoría de nuestras sensaciones y recuerdos tienen mucho más que ver con esas proyecciones procedentes de nosotros mismos que de las cualidades reales de esa persona. Pero si aceptamos que si ni siquiera nos conocemos a nosotros mismos, ¿cómo vamos a conocer a los demás?.
Se necesitaría un cierto nivel de conciencia para que uno pudiera empezar a diferenciarse de su “doble”, que es esa estructura interna de la que antes se hablaba, con quien normalmente todos nos identificamos. Cuando ese nivel de conciencia lo permite por su propia conformación o por autodominio consciente, se es más tolerante con los demás, se puede conocer porqué la otra persona hace lo que hace y es como es, y se sabe que es inútil y contraproducente para una relación el criticar o intentar cambiar el comportamiento del otro sin ser capaz, al mismo tiempo, de conocer las implicaciones subconscientes que le han llevado a ser y actuar de una forma determinada, todo lo cual, obviamente, no está al alcance de cualquier persona “normal”. Las demás personas, por supuesto, tampoco se relacionan con nuestra realidad anímica ni nos perciben a nosotros donde nosotros nos sentimos anímicamente, sino básicamente a nuestras proyecciones, a lo que nosotros proyectamos al exterior, y así cada uno va a cosechar en esta sociedad los resultados de la imagen que sepa proyectar de si mismo, desgraciadamente con mayor eco social cuanto más grandilocuente y esperpéntica sea.
La etapa de la vida en la que resulta más factible un verdadero encuentro entre los distintos “yoes” es en la edad madura, precisamente porque es cuando las estructuras fantasmales de la astralidad se vuelcan en el propio interior y pueden hacerse conscientes para el sujeto. Es la etapa en la que las relaciones de pareja o amistad pueden humanizarse y hacerse más auténticas, en una verdadera y perdurable fraternidad entre las almas. En cualquier caso finalmente es el “karma” individual, y las disposiciones de las Jerarquías Espirituales que actúan en nosotros, lo que en definitiva puede determinar qué relaciones se mantienen y cuales se posponen, quizás para una próxima encarnación, tal como nos dice Steiner.
Amor, Sexualidad y erotismo
“ ...nuestra época desconoce el amor. Se limita a fantasear sobre él, y hasta miente. Cuando se piensa sobre el amor en realidad solo se conoce el erotismo...Es la negación del Espíritu la que convierte la fuerza del amor en fuerza erótica. En muchas esferas el servidor inferior del amor, el erotismo, además de usurpar el puesto del genio del amor ha incluso ocupado su contraimagen, el demonio del amor que surge y actúa en el hombre cuando la divinidad es utilizada por el pensar intelectual que lo despoja de su espiritualidad...nuestra época confunde lo que es espiritualidad del amor con su demonología en la sexualidad...pues lo que vive en la sexualidad se halla impregnado de amor espiritual, pero la humanidad puede caer de esa espiritualidad del amor”
R.Steiner, “Tres perspectivas de la Antroposofía”, conferencia de 22 de julio de 1923.
La función psíquico-biológica de la sexualidad/erotismo, aunque legítima y hasta positiva, pertenece a un nivel inferior de la espiritualidad. Su contraparte negativa puede designarse como lujuria/odio, que implica una tendencia destructiva en el área amorosa, hacia uno mismo o hacia los demás, reflejado sobre todo en el campo del sado-masoquismo y la pornografía. El problema de la época actual no es ya el que se distorsione el concepto del amor, sino el que se intente presentar a sus opuestos, el odio y la destrucción, el placer confundido con el dolor físico, la instrumentalización y cosificación del otro, como valores aceptables y positivos en sí mismos a nivel sexual, dentro de un relativismo moral que abarca hoy en día prácticamente todos los ámbitos sociales y culturales.
Jamás a lo largo de los siglos se ha banalizado y tergiversado tanto la sacralidad del acto sexual humano, como representación más profunda y sublime de la expresión del amor humano. Nunca el cuerpo astral humano, y por tanto sus contrapartes el cuerpo etérico y el cuerpo físico, han estado más expuestos y sometidos, en el campo de las relaciones sexuales, a la influencia de las fuerzas adversas más destructivas de explotación, manipulación y objetización, a través de la avivación de los elementales emocional-astrales más dependientes y neurotizantes. El alma humana se encoge y se hace raquítica, se neurotiza y se necrotiza en más y más pedazos, ante la acción premeditada, contundente y alevosa de las fuerzas que controlan y dirigen la gran revolución sexual de nuestros tiempos.
La mercadotecnia más obscena y más obtusa de las formas más inconcebibles de erotismo fácil y chabacano y de la más sofisticada pornografía, es expuesta libérrimamente en decenas de miles de webs de Internet, relegando al lugar del olvido todo proceso de esfuerzo, disciplina y responsabilidad ético-moral-sexual, y por tanto de evolución y de espiritualización de la consciencia humana. El más preciado instrumento de la ciencia materialista y de la tecnología, la llamada consciencia transpersonal del mundo, el gran cerebro global, Internet, ha conseguido aupar hasta tal punto los valores erótico-materialistas del más nauseabundo hedonismo pornográfico a través de las pantallas de nuestros ordenadores, que puede parecer chocante y absurdo pretender inculcar a nuestros hijos, que nunca a lo largo de tantas vidas podrían haber tenido conocimiento de tantas y tantas perversiones con tan solo apretar un botón, ningún valor ético o de disciplina astral, emocional o sexual.
La inmensa contaminación astral-sexual resultante de la industria de la pornografía, así como de la prostitución (España es el lugar de Europa con más prostitución, con alrededor de 400.000 prostitutas ejercientes, calculándose que en el mundo puede haber unos 40 millones de ellas), no es baldía ni gratuita, ya que esa polución no se disipa de forma automática, sino que se emite a los planos etéricos de la tierra y repercute inevitablemente en todos los hombres y mujeres al constituir un poderoso activador materialista y antiespiritual. El hombre no parece darse cuenta que las fuerzas sexuales que dominan su cuerpo astral, si no pasan por su autoconciencia ético-moral, le conducen y le bandean como a un niño, como a un infante que se regodea de su libertinaje y de su promiscuidad en nombre de la más sacrosanta libertad y permisividad, ignorando que somos hijos y herederos de nuestra conducta sexual, y que por tanto la huella que imprima nuestra irresponsabilidad sexual en nuestra alma y en nuestros cuerpos inferiores quedará como un lacre indemne que retornará kármicamente a construir nuestras próximas vidas como el bagaje astral más lerdo y condicionante para nuestra eventual libertad y en definitiva para nuestro espíritu.
Este proceso, como ocurre hoy día con casi todos los procesos de decadencia y de irresponsabilidad moral, está seriamente amenazando a toda la sociedad universal que, al banalizar de forma tan ostensible y sistemática la relación sexual, tiende irremisiblemente a su destrucción anímica. La institucionalización y asunción de formas de relación tradicionalmente pervertidas y aberrantes presume de una absurda y presunta modernidad “buenista” y permisiva que no hace sino llevar hasta los cimientos de la sociedad moderna un erotismo esclavista donde lo promiscuo y gratuitamente placentero marcan la pauta en las relaciones sociales e interpersonales. De tal forma que, por ejemplo, muchas mujeres, y cada vez más hombres, se resisten a abandonar su atractivo sexual mediante toda clase de artilugios y prótesis físico-psiquicas. Y así, ignorando su edad biológica, paralizan su desarrollo anímico, manteniéndose en una especie de adolescencia perpetua.
Los medios y la modernidad se han encargado sistemáticamente, a partir de los últimos decenios, de desmitificar la trascendencia espiritual del sexo, presuntamente con el fin de acabar con la tradicional represión católica, e impulsando y fomentando a machamartillo el aspecto hedonista, promiscuo y “sexy” de sus cuerpos inferiores, han relegado la importancia del amor, el respeto mutuo y la presencia espiritual en el acto de intercambio sexual, cuando precisamente el sexo es el campo de expresión por antonomasia del Cuerpo Astral, sus deseos, sus necesidades, sus emociones, pasiones, ansiedades y angustias. Probablemente nada repercute más en la vida habitual diaria de los seres humanos que el impacto del orgasmo sexual en esa parte de su alma, y es obvio que el intercambio de fluídos, de energías elementales, emocionales y astrales, entre hombre y mujer en su relación sexual, modifican indeleblemente, sea para bien o para mal, la estructura respectiva de los cuerpos y de los elementos, adversos o positivos, que los conforman. Su resultado y consecuencias redundarán en la constitución sana o enfermiza de los miembros de la pareja y de su karma transcendente.
Las fuerzas que normalmente se utilizan en el acto sexual, ya sea en su forma más legítima para la reproducción o ya sea para la satisfacción y descarga de la tensión neuro-sensorio-emocional, también pueden utilizarse con la finalidad de reajustes energéticos, no sólo en lo físico metabólico, sino también en las estructuras eterico-vitales y anímico-astrales. Y en tal sentido es penoso observar cómo la más moderna farmacopea le permite al hombre trascender la fragilidad de las características congénitas de sus cuerpos inferiores y de su propia histórica kármica, con solo tomar una pastilla de estimulación química artificial, de manera que se puede convertir a capricho en un supermán sexual o en un gozoso y hedonista semental por medio de drogas sexualmente estimulantes perfectamente asumidas por el sistema social y que simplemente le convierten en una máquina de acopio de placeres erótico-terrenales, a cualquier edad y a cualquier precio.
Y sin embargo cuando el individuo pierde sus facultades reproductivas, en todo, o en parte en el caso de los hombres, es precisamente cuando se presentan las condiciones idóneas para la sublimación espontánea o natural de las energías sexuales, es decir, que una parte de las energías etéricas que anteriormente se habían dirigido a la función reproductora, quedan liberadas en el organismo, y por tanto, pueden ser puestas al servicio del desarrollo espiritual. La urgencia sexual dejará de presionar y dispondremos de más fuerzas para dedicarlas a tares espirituales y trascendentes.
Bien es cierto que la completa y sistemática abstención de una función, la sexual, absolutamente esencial en el ser humano, puede producir también terribles desequilibrios estructurales de todo tipo. Y aunque existen corrientes espiritualistas que opinan que una absoluta sublimación consciente de la energía sexual redunda en una mayor profundización en los ámbitos espirituales (lo que los hindúes conocen tradicionalmente por “Brahmachari” o celibato consciente consistente en la entrega exclusiva a la investigación divina de los mundos suprasensibles), es sabido que, concretamente en el caso de las mujeres, una sana, sabia y armoniosa actividad sexual favorece el desarrollo de la capacidad perceptiva de lo espiritual, de por si más desarrollada que en el hombre, en función de su evolución anímica y de la calidad de sus energías internas.
En tal sentido, en cuanto a la concepción espiritual de lo femenino -ya sea la Madre Divina, Sophia o la Virgen María- conviene recordar que la Iglesia Católica, la institución más antigua y poderosa del mundo civilizado, necesitando un “ídolo” o símbolo representativo de la institución, se apropió en el pasado del arquetipo de lo “femenino” bíblico, y posteriormente de la individualidad de la madre de Jesús, y a semejanza de los antiguos dioses de los cultos paganos se ha nutrido arquetípicamente mediante la utilización de las personalidades de los denominados “santos”, seres humanos presuntamente puros y castos. Y en esta dirección, las cualidades de la Virgen de la Iglesia Católica han sido deformadas en los valores de una madre dulcemente castrante que crea y fomenta la dependencia de sus hijos, en un estado de perpetua infantilidad, sin autonomía ni autodeterminación posible, que retrotrae al ser humano a épocas ya arcáicas como lo fue la época del alma sensible. Todo ello constituye una estrategia perfectamente diseñada para hacer inoperante el Conocimiento Espiritual a su “rebaño” de practicantes y feligreses, en lo que supone una actitud netamente anticrística, al estar esa dependencia devocional en manifiesta contradicción con la libertad esencial del hombre y, en su consecuencia, al ser impropia de la época actual de desarrollo de la conciencia individual del ser humano.
Equipo Redacción BIOSOPHIA